Crónica de cómo unos niños acabaron con más de 20 caracoles que mi hijo Gabriel había juntado para que pudieran estar seguros.
Al medio día, Gabriel regresó muy contento. Había juntado cerca de 40 caracoles con su mamá y algunos niños más grandes que él, y los habían colocado en una pequeña banquita de piedra de uno de los jardines del condominio. Poco imaginábamos el suceso que ocurriría más tarde pero hagamos un paréntesis para hablar sobre la fascinación de Gabriel con los caracoles.
A sus dos años y medio, Gabriel gusta de buscar caracoles en los jardines del condominio donde vive para luego ponerlos en un lugar específico que cambia según el lugar donde los encuentre. La mayoría de las veces suele ponerlos en una pequeña banquita de piedra que se encuentra en un rincón de las áreas comunes. Según él, los está llevando a su casa donde ellos pueden estar seguros.
“Vamos a buscar caracoles, mami”. “Vamos a buscar caracoles, papi” “Seguro hay mucho porque ya llovió”… suele decir entusiasmado.
Gabriel es bastante sociable y a falta de niños de su edad, llaman su atención niños mucho más grandes que él con quienes a veces entabla ciertas dinámicas de juego de vez en cuando. Por su puesto, la mayor parte del tiempo los niños mayores no están en la disposición de incluirlo. Pero aquella mañana no sólo lo incluyeron sino que se dejaron guiar por él para el ritual de los caracoles.
Al medio día, Gabriel regresó muy contento por sus 40 caracoles. Luego de contar su anécdota fue directo a su cuarto a jugar con sus juguetes mientras la comida estaba lista. Usualmente suele dormir su siesta después de comer pero ese día decidió bajar de nuevo con su madre. Entre otras cosas decidieron ir a ver cómo estaban los caracoles.
Cuando llegaron al lugar encontraron cerca de 20 o más caracoles destrozados…
Gabriel estaba perplejo pero no mostró signo de ninguna emoción. Regresó a contarme la anécdota y luego tomó su siesta. Su madre y yo platicamos sobre el tema indignados. ¿quién habría sido? Quizá el niño que siempre está destruyendo cosas. Quizá el que es más introvertido… quizá el que pensamos que nunca mataría una mosca… La inocencia de un niño está compuesta de Ying y Yang, es capaz de hacer cosas hermosas y de una destrucción sin sentido, sólo para ver qué pasa.
Poco después comenzó a llover.
La lluvia limpio todo de tal manera que no quedó rastro alguno de lo que había sucedido.
Mi esposa Montse planeó una ofrenda para ellos que debíamos poner Gabriel y yo pues ella estaba durmiendo a nuestra pequeña Lucía. Así pues, había que poner unas flores color lila para formar un corazón con cuarzos rosas al rededor, y en el centro, un caracol
Gabriel y yo salimos a poner a ofrenda. Entre los dos acomodamos de manera imperfecta los pétalos y las piedras; en nuestro camino se nos cruzó un caracol, el cual tomamos para que nos acompañara.
Antes de poner al caracol, Gabriel le dijo que lo quería mucho y que sentía lo que había pasado. Y nos fuimos del lugar… Gabriel se la pasó jugando por el resto día y para la noche seguía platicando la anécdota: “… y entonces llegamos y todos los caracoles estaban muertos. Yo creo que fueron unos niños grandes”
Gabriel aun gusta de buscar caracoles pero desde aquella vez ya no ha ido a buscarlos para “llevarlos a casa”. Por mientras, estamos planeando poner un terrario y adaptarlo para recibir a un caracol.