Breve relato de mi infancia sobre mi relación con los discos de Vinil. Preámbulo del episodio de Permanencia Involuntaria sobre el vinil como un objeto valioso a pesar de estar hecho de plástico.
Uno de mis discos favoritos de mi infancia era sin duda la narración de Pedro y el lobo bajo la voz de Héctor Bonilla con música de Serguéi Prokofiev. Cada vez que lo escuchaba quedaba atrapado en un halo de paranoia de tal manera que sentía que un lobo iba a salir de cualquier parte de la casa, pero bastaba con poner otra cosa y con estar un rato con mi mamá para que el miedo se disipara.
Casualmente, era común que mi madre, justo acabando el disco me mandaea a pedirle algo a la vecina. No era siempre pero pasaba seguido. Y ahí iba yo, muerto de miedo… subía las escaleras rápido, tratando de ver si en alguno de los puntos ciegos había un lobo escondido. Y usualmente, un ves que regresaba a casa con lo que sea que mi madre me pidiera, la paranoia iba desapareciendo.
A pesar de los temores que me causaba ese disco, lo escuchaba una y otra vez, de tal manera que se rayó… y luego de eso, mi cabeza recuerda los rayones como si fueran parte de la narrativa.
Y después de ese disco… tenía una colección de Eps de música clásica (colección para niños), un par de discos de Cri-Cri, un disco póster de Timbiriche y una colección de discos de Los Teen Tops con Enriquez Guzmán y uno de rondas infantiles. Esos fueron mis primeros discos. Sin mencionar los que tenia mi padre: Varios de Elvis Presley, colecciones de clásicos de los 70, el disco Blanco y Yellow Submarine de los Beatles, Kenny Rogers, Shaken Stevens y varios éxitos de Chava Flores y El piporro.
Recuerdo que ponerlos era todo un ritual… debía tener mucho cuidado para no rayar los discos, que eventualmente iba pasando. Conforme fui creciendo lo hacia mejor, pero seguía siendo igual de frustrante cuando aparecía una rayadura.
El cuidado de los discos era casi un ritual. En algún momento le pedí a mi abuela una especie de cojíncito que estaba en el tocadiscos de mi bisabuela para quitarle el polvo a mis acetatos. Luego conseguí un trapo especial para limpiarlos junto con un líquido. Y luego tenia un spray que les aplicaba para que la pelusa no se les pegara. Quedaban súper brillantes. Incluso recuerdo que hasta llegue a limpiarlos con un hielo, no sé dónde lo vi o quien me lo dijo. Supongo que era leyenda urbana pero según yo funcionaba.
Cuando apareció el CD, requería de cuidados similares pero no era lo mismo, era algo un poco más frío… no puedo explicarlo. Y quizá debo reconocer que podría ser un ciclé o un prejuicio. Y luego, cuando llegó el mp3 como que algo de la magia de la música se fue… aunque debo reconocer que es mucho más fácil almacenar música ahora. Y aunque recuerdo esos tiempos con cariño, agradezco que exista la música digital y que aún se puedan conseguir viniles. Ahora soy mucho más selectivo y compro sólo aquellos que realmente atesoro.
El lobo de Prokofiev en voz de Héctor Bonilla aun es parte de mis recuerdos pero ya sin temor alguno, sino como una parte emocionante y maravillosa del pasado.
En fin… y ustedes… ¿qué relación tienen con los viniles? ¿Los extrañan? ¿No les importan?

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Comparto la versión en video del episodio de Permanencia Involuntaria donde platico con Emilio Rivaud sobre el disco vinil como arte objeto. Y todo gracias a un artículo que escribió al respecto en la revista de la UNAM.
