Abrí los ojos y las tinieblas se transformaron en luz. Las sombras amorfas mutaron en imágenes de colores y a los lejos, el sonido se hizo presente.
Y pensé.
Me di cuenta que el mundo se abría ante mis ojos, y descubrí que sabía mi nombre: sabía que yo estaba en el mundo, yo con los otros, yo en mi mente y en mis sueños.
Me miré al espejo y descubrí que estaba vivo.
Me levanté y caminé, y mientras redescubría nombres, reconstruía el mundo: Todo y todos estaban ahí, como si hubieran estado siempre, esperándome.
¿De dónde venía yo? No importaba porque yo estaba aquí y ahora, por siempre y para siempre.
El mundo era mío.
Gritaba, lloraba, reía y todos venían, me miraban y me atendían. Levantaba la mano y todo estaba a mi alcance. Sólo bastaba con apuntar mi dedo índice y como por arte de magia los mares se abrían y las montañas se cerraban.
Y mi madre… iba y venía y estaba ausente… y se apresuraba. Me tomaba en sus brazos y me contenía como se contiene a cualquier criatura que sólo sabe decir YO.
El mundo era mío.
Pero volví a pensar… y las preguntas comenzaron a llegar como una tormenta que no da respiro, una tormenta que asfixia y que invita al refugio. Busqué un escondite y sólo encontré más y más preguntas en medio de un cuarto lleno de sombras y penumbra.
¿Dónde? ¿cuándo? ¿cómo? ¿Quién? ¿Quiénes?
¿Quiénes eran ellos? Quién eres tú? Quién soy yo? De donde vengo? ¿A dónde voy? Y todas esas preguntas que quitan tiempo y nos roban el aire.
Y resulta que antes de nosotros existían otros que a su vez venían de otros y así una y otra vez hacia el pasado. Y que a partir de nosotros se extendería hasta el futuro, una y otra vez.
Y resultó también que el universo se hacía cada vez más y más grande y al parecer no había nada, ni una madre para contenerlo. Y sin embargo terminaba pero más allá no había nada.
Fue entonces cuando comencé a devorar hormigas: Una tras otra caían en una tumba húmeda y oscura… Picaban mi lengua y morían en vano. Pero se lo merecían, así como ellas lo habían hecho una y otra vez, cubriendo con sus cuerpos a otros cuerpos, llevándolos en hombros para devorarlos y desaparecerlos como era su destino.
Fue entonces que aprendí a decir no y justo cuando todo parecía recobrar su sentido… aprendí a decir ¿por qué?
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Soñé que lo sabía todo, cuando enfrente la realidad entendí que casi no sabía nada.